15 Abr 2018

En la noche del 20 de abril de 1906, en el antiguo edificio del Colegio San Gabriel, en las calles Benalcázar y Sucre, en el Centro Histórico de Quito, sucedió un hecho que cambiaría la vida de los estudiantes del colegio. Corrían las vacaciones de Semana Santa. Tan solo 35 estudiantes internos cenaban en el comedor. Eran las 8 de la noche. A la derecha de la mesa, en la pared estaba una litografía de la Virgen de los Dolores. Muy cerca de la imagen estaban Jaime Chávez, Carlos Hermann y Donoso.
Hermann de repente quedó pasmado. Observó que los párpados de la imagen se movían. En un primer momento creyó que lo visto era producto de su imaginación. Sin embargo, Chávez, quien también se había fijado en la imagen dijo “¡Ve a la Virgen!” Ambos quedaron atónitos observando que la imagen abría y cerraba los ojos como una persona viva.
Poco a poco comenzó a correrse la voz entre el resto de estudiantes. Uno de ellos comunicó el hecho al padre Andrés Roesh S.J., prefecto del colegio y a Luis Alberdi S.J., inspector. Este último dijo a Roesch: “Pero Padre, si esto es un prodigio”. El fenómeno duró cerca de 15 minutos.
El 21 de abril empezó a correr en Quito el rumor del extraño suceso. La suprema autoridad eclesiástica de entonces, Monseñor Ulpiano López Quiñonez, Vicario Capitular, ordenó “que se cubra dicha imagen y nada se publique por la prensa ni en el púlpito, relativo a ese acontecimiento, mientras no se decida sobre su valor y autenticidad”.
Los peritos, José María Troya, profesor de física, Carlos Caldas, profesor de Química de la Universidad Central; José Lasso, fotógrafo y Antonio Salguero, pintor; concluyeron que el hecho no pudo darse por el efecto de la luz o por las condiciones en las que estaba ubicado el cuadro, pues el movimiento de los párpados se repitió varias veces. La imagen fue calificada por este grupo como perfecta. También un grupo de médicos analizó a cada uno de los testigos y concluyó que el hecho no fue efecto de una ilusión sensorial.
Después de todas estas indagaciones y procesos, la autoridad eclesiástica emitió su dictamen el 31 de mayo de 1906, que en su parte esencial decía:
1. El hecho, verificado en el colegio de los jesuitas, está comprobado como materialmente cierto.
2. Por las circunstancias en que acaeció, no puede explicarse por causas naturales.
3. Por los antecedentes y las consecuencias, no puede atribuirse a influjo diabólico.
En consecuencia, puede creérselo con fe puramente humana y, por lo mismo, puede prestarse a la imagen que lo ha ocasionado, el culto permitido por la Iglesia y acudir a ella con especial confianza”.
Desde entonces los estudiantes del Colegio San Gabriel y de los otros cinco colegios jesuitas del Ecuador profesan una especial devoción a María Dolorosa. Su presencia y su protección se manifiestan en esos jóvenes con una intensidad que trasciende sus años de colegio y se extiende durante toda la vida.