El 25 de enero se conmemora el Día de la conversión de San Pablo. Este apóstol no siempre fue cristiano, sino que sufrió una conversión. Pasó de rechazar por completo a Jesús a admirarle y dedicarse a evangelizar. El capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles de la Biblia, cuenta como Pablo, un joven judío conocido como Saúl, se dedicaba a perseguir a los cristianos. El joven estaba preocupado ante la expansión que estaba tiendo a su alrededor el cristianismo. Por ello, decidió salir a combatirlo con un único propósito: destruir el cristianismo. A Saúl le autorizaron una misión muy importante: viajar a Damasco para encarcelar a todos los cristianos que se encontraran en esa ciudad. Cuando Saúl estaba preparado para entrar en la ciudad sucedió algo inesperado. A las puertas de Damasco, una poderosa luz cegó al joven tirándolo por tierra. Entonces una voz le dijo «¿por qué me persigues?”, Pablo respondió: “¿Quién eres, Señor?”, a lo que la voz le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer”. En ese momento, Pablo quedó cegado. Entró en la ciudad de Damasco y se instaló en la casa de Judas. Permaneció allí durante tres días. Fue entonces cuando apareció un hombre llamado Ananías y le dijo: “Saúl, hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. Entonces, el hombre colocó sus manos encima de Pablo, y al instante recuperó milagrosamente la vista. Tras este suceso, Saúl cambió de visión. Ananías le bautizó, y en aquel momento comenzó a introducirse en la comunidad católica de la ciudad y a predicar el evangelio. «El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe», con esta frase se resumió y se sigue resumiendo la vida y obra de San Pablo. Una conversión, que ha pasado a la historia y que ha sido retratada por numerosos artistas tan prestigiosos como Caravaggio o Miguel Ángel. Texto tomado del sitio web Aleluya