Los seres humanos anhelamos un tesoro prometido por nuestro creador, el Reino de Dios. Cómo alcanzarlo, toda acción tiene una reacción, buena o mala. Tenemos dos caminos en nuestra vida, el del bien y el del mal, cada uno de estos nos llevará a alcanzar ese tesoro que se nos promete. Se nos han dado herramientas, para alcanzar el Reino, mandamientos, sacramentos, quien cumple estos preceptos se acerca más al objetivo. Cuando se nos pregunte en el juicio final, si hemos cumplido con la Ley de Dios, responderemos a ciencia cierta con cada uno de los actos que hemos cometido en nuestra vida terrenal. Dios nos llama a ver su rostro en cada uno de los seres de la creación, pero no sólo a ver sino a sentir con un corazón abierto el dolor y las necesidades del prójimo. El Reino de Dios, son aquellas acciones que brotan desde lo más profundo, desde la solidaridad, desde la humildad, desde la compasión, desde el perdón. No se puede pretender alcanzar este regalo, sin haber realizado un esfuerzo para obtenerlo, el Reino no está en un lugar específico, está en todas partes, en tu hermano que te pide un consejo, en aquel que hirió y pide perdón, en ese ser que toca la puerta de tu alma y pide seas misericordioso con él. San Agustín decía: “da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta”. Alcanzar el Reino depende de cada uno, y al final se nos preguntará si dimos todo lo que estuvo en nosotros para poder alcanzarlo.