«Dar hasta que duela». Quizás esta frase define mejor que nada al Padre Hurtado, uno de los personajes más apasionantes de la Iglesia Católica contemporánea en Chile y en el mundo. Su profunda fe, su personalidad envolvente y atractiva, su capacidad de captar el cambio ideológico y cultural del tiempo que le tocó vivir y la vehemencia con la que desempeñó un sinnúmero de ocupaciones a lo largo de su corta vida, hacen de él una figura única.

Luis Alberto Miguel Hurtado Cruchaga nació en Viña del Mar, en el seno de una empobrecida familia aristocrática. Cuando tenía cuatro años, su padre murió, quedando Alberto y su hermano menor al cuidado de la madre, junto a quien se trasladaron a Santiago, a casa de unos tíos.

Aunque desde muy pequeño su única vocación fue el sacerdocio, estudió Derecho en la Pontificia Universidad Católica, recibiéndose a los veintidós años. Sólo días después de terminar esa carrera, ingresó al noviciado de los jesuitas en Chillán, iniciándose en la profesión que constituía su genuina vocación.

Su ordenación sacerdotal tuvo lugar en Lovaina, Bélgica, a muchos kilómetros de Chile. Su estada en Europa fue intensamente aprovechada para el estudio de temas que lo adiestrarían para conseguir una de las metas que más deseaba: el trabajo con jóvenes. En 1936 regresó a Chile como flamante doctor en Psicología y Pedagogía a realizar clases de religión en el que fuera su colegio durante la enseñanza primaria y secundaria: el San Ignacio. Iniciaba así una vida de intenso trabajo, en la cual la profesión docente sería sólo uno de sus múltiples frentes de lucha.

Hacia 1941, Alberto Hurtado fue nombrado Asesor Arquidiocesano de la Juventud Católica. Las especiales características de su personalidad hicieron de él un influyente modelo para los jóvenes de la época, a quienes dirigió diversas obras entre las que se cuentan: Mensaje a los jóvenes e Influencia de los Medios de Comunicación en la Juventud. Fue fundador y primer director de la revista Mensaje.

Otra de sus preocupaciones fue la condición de vida de los obreros. Insistentemente, abogó por la sindicalización de los trabajadores como medio principal de mejorar su calidad de vida, de superar las desigualdades y de implantar un orden social cristiano. Con esta finalidad fundó la Asociación Sindical Chilena (ASICH). Todo ello, unido a su pertinaz crítica al modo de vida de la clase alta chilena, le valió la antipatía de personas influyentes que, acusándolo de tener «ideas avanzadas en el plano social», lograron que presentara su renuncia al cargo de asesor de la Juventud Católica.

Junto con los jóvenes y los obreros, su causa se dirigió al extremo más duro de la pobreza: la indigencia. El mismo repetía: «Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella, es deber sagrado». Hasta el día de hoy muchos lo recuerdan recorriendo las calles con su camioneta verde, recogiendo niños, adultos y ancianos indigentes. Fue esta labor la que dio origen al Hogar de Cristo, consistente en hospederías y hogares de niños y ancianos que están en todo el país, y que constituyen la obra que mayor renombre ha dado al Padre Alberto Hurtado y uno de los principales hitos en su biografía.

Su temprana muerte en 1952 producto de un cáncer, provocó la pesadumbre de muchos chilenos que hasta hoy recuerdan su vida y obra con cariño y devoción.

El 16 de octubre de 1994, tuvo lugar un evento largamente esperado por todos los seguidores del Padre Hurtado; fue beatificado por el Papa Juan Pablo II. El 23 de octubre del 2005 el Papa Benedicto XVI canonizó al Padre Alberto Hurtado, declarándolo santo de la Iglesia Católica.