En este jueves 26 de mayo celebramos y valoramos el sacrificio que hizo Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores por su amada ciudad de Quito y toda la República de aquellos días al ofrecer su vida por la restauración de la salud y paz de sus prójimos. A los 371 años de su amorosa entrega les compartimos unas líneas de la biografía que el benemérito jesuita guayaquileño P. Jacinto Morán de Butrón publicó en Madrid el año 1724, las cuales contiene lo sustancial de la entrega de Mariana de Jesús.
El estilo, contenido e interpretación de los hechos históricos corresponden a la época y, hoy en día, nos podrían parecer exagerados o incluso equivocados por la fuerte convicción que existía en esos días que los fenómenos naturales eran manifestación de la cólera divina, por ejemplo.
Sin embargo, entre lo mucho rescatable de estas líneas destacamos la fe del pueblo quiteño, la solidaridad de Mariana por su amada ciudad de Quito y la memoria agradecida de sus paisanos que la tuvieron como admirable intercesora.
¿Nuestros tiempos se parecen a los de Santa Mariana? ¿El Quito de esos días cuán similar fue al Ecuador de nuestros tiempos? ¿Podríamos afirmar que el terremoto de abril fue un castigo divino por nuestros pecados? ¿O quizá una oportunidad que Dios nos brinda para reafirmar nuestra solidaridad con los más vulnerables de nuestra patria? ¿Seriamos capaces de un acto de solidaridad extrema como el de Mariana de Jesús por nuestros hermanos y hermanas afectados por el terremoto y otros males como el desempleo, pobreza y corrupción? ¿Cuál es la ofrenda agradable a Dios de mi vida en estas circunstancias?
Atrevámonos a formular esta preguntas y a encontrar las respuestas más generosas, comprometidas y perdurables siguiendo las huellas y legado de Santa Marina de Jesús.

Aquí, el texto del P. Jacinto Morán de Butrón:

«Corriendo el año de 45 [1645] quiso la Divina Magestad castigar con misericordias los vicios, y culpas de esta Provincia, con terremotos, y descomunales temblores, dando golpes a la tierra, para que sus habitadores escuchassen las voces con que los combidaba a penitencia. Empezó el azote por la ilustre Villa de Riobamba, distante veinte y quatro leguas de esta Ciudad; porque en desusados bayvenes de la tierra daba a entender lo provocada que estaba su indignación; y no conmoviendose los animos a la enmienda de las culpas, sirviendo de amoroso avisos algunos temblores, que ocasionaba un bolcán, alimentado en las entrañas de un Cerro vezino a essa noble Poblacion, llamado Tunguragua…
Conocian, que los que allá fueron assaltos de la Justicia de Dios, eran para Quito avisos de su misericordia, que lo que para essa Provincia, y la republica fue castigo, seria principio de una total destruccion de la Provincia…. Toda la Ciudad estaba llena de sobresaltos, congoxas, y temores; porque suele el Reo sentenciarse sin ver otro Tribunal, que á su conciencia. Acrecentóse el conflicto con una peste, que actualmente aquexaba a la Ciudad de alfombrilla, y garrotillo tan desusada, y maligna, que sobre ser espantosa la mortandad de Indios, y Españoles, se cevó tanto el contagio, que de noventa Colegiales, que estaban en el Colegio de San Luis, solos tres se libaron de los rigores de achaques tan peligrosos, cayendo los demas enfermos, con muerte de algunos, á quienes no fue bastante la eficacia de las medicinas. Y de lo que sucedió en esta casa bien puede colegirse el estrago, que haria la peste en Ciudad tan populosa como Quito; pues poblandose las Iglesias, y Cementerios de cuerpos muertos, no viendose otra cosa por las calles, que cadaveres, ni oyendo otras voces, que alaridos de los pobres, servian los tristes clamores de las Campanas de golpes que daba a las puertas del coraçon humano la Divina Justicia.
Era el tiempo de Quaresma, en que escudriñando los secretos de sus almas, para confessarse arrepentidos de sus yerros, servia el temor de sus acicates, para correr veloces a la penitencia…Predicaba en nuestra Compañía los domingos por la tarde, el Padre Alonso de Roxas la Historia de Josué; y con la experiencia de sus lucidos talentos, y mayores aplausos de la su virtud, eran numerossisimos los concursos a sus Sermones. Y llegando el quarto Domingo de tu tarea; despues de aver abierto las puertas de la Divina misericordia, y oreciendo a todos la remision y libertad de la Patria, como quisiessen valerse del dolor, y penitencia, acabó la exhortación con un apostrofe ternissimo, en que revosando su caridad por los labios, ofreció publicamente a la Divina Magestad su vida por la salud del Pueblo, suplicandole, con el bonete en la mano, y el coraçon en el proximo, castigasse en él lo que avia de perdonar en la Republica…
La Venerable Virgen Mariana, que al pie del Pulpito, y al mismo tiempo que el Predicador Apostolico acabó el razonamiento, ofreció a Dios su vida, como mejorando la oferta, ó como ofreciendo cosa de mayor valor, y aprecio, publicamente, y en voz alta; á que la obligó lo ardiente del amor al proximo, y grandeza de caridad, que la abrasaba, oyéndolo los circunstantes ofreció a su querido Esposo su vida, assí por librar a sus proximos de la peste, como de la ruyna, que probablemente se temia por los temblores. Mi Confessor (que lo era entonces el Predicador) prosiguió en lo interior de su pecho, diciendo, es muy necessario para la conversion de las almas; su vida es importantissima para reducir al Rebaño de mi Esposo sus Ovejas: de su direccion necessita la Republica, de su enseñança la juventud, de sus talentos tiene muchos gananciales mi Madre la Compañía, y con su muerte faltará a la Republica un Padre, á la juventud el Maestro, á las almas un Pastor, y á la Religion un Sugeto. Mi vida está por demás en la Ciudad; amo al proximo, como Christo los amó, a mis Paysanos, como á hermanos de Jesu Christo. Pues si este Señor ofreció liberalmente su vida por dar á las almas vida, y librarlas de la eterna muerte; yo, por imitar a mi Esposo, y amar a los proximos, como Christo los amó, os ofrezco, Dios mó, querido esposo del alma, desde luego, y al momento mi vida, porque cessen en Quito vuestros enojos, se templen vuestros rigores, y libres a mis Paysanos hermanos míos muy queridos, del azote que descargais con la peste, y la ruyna que se teme por los temblores; conozco ser de poco valor la oferta, pues soy criatura vil, y desechable; pero suplan mis ansias esta falta, aceptad mis clamores, y deseos, pues en cada uno ofrezco mi coraçon; executad en mi vuestras iras, castigadme solo a mi, porque no lo padezca mi Patria, ni sientan vuestra justicia sus moradores…
Parece que aceptó la oferta la Magestad de Dios, porque cesaron del todo los temblores, empezando a respirar la ciudad, y á librarse de los ahogos que la oprimían, si que en adelante se recelassen fatalidades algunas, ó tímidos se juzgassen sentenciados á la muerte. La epidemia cessó con tanta felicidad, que jura el doctor Juan de Troya, como testigo de vista, que por Pascua ya no avia peste, ni aun reliquias del contagio, convirtiendose en gozos los temores, y los vecinos en publicos oradores de la virtud de Mariana…»

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